martes, 21 de abril de 2009

Maratones, cementerios y procesiones

Último día de viaje! Y también uno de los más movidos, entre visitas-maletas-viajes-escalas y demás. Como siempre, la jornada comenzaba con el desayuno y los 47 “BARCELOOOÓ” (como el “Pedroooooo” Almodóvar en los Oscar) para que nos dieran el kit taza-vaso-plato. Se han vivido muchas escenas curiosas durante este primer momento del día, pero no me resisto a poner dos imágenes de ayer: la “apetitosa” tostada carbonizada de Reme y los “problemas” con la Nocilla de José Luis…





La última excursión mañanera tenía como destino el cementerio donde están enterrados algunos de los músicos más importantes de la época clásica y romántica. Al estar bastante lejos del centro de la ciudad, teníamos que hacer una combinación metro-tranvía para llegar.



Peeeeeero, como no podía ser de otra manera, el viaje no podía ser tranquilo y calmado, dado que seguimos siendo quienes fuimos (los “españolossss de las narrrrises”). Casualmente se disputaba la Maratón de Viena, en la que toda la ciudad se echa a la calle a correr multitudinariamente, y no tuvimos otra cosa que hacer que “animar” de una forma muy sui generis: a todo aquel que veíamos pararse por cansancio le soltábamos un aluvión de aplausos-ánimos-gritos que provocaban que el susodicho individuo echara a correr (aunque fuera por vergüenza torera o por mantener la compostura)



Una vez ya en el cementerio, dimos rápidamente con las tumbas de Beethoven, Schubert, Brahms, Johann Strauss (padre e hijo), el monumento dedicado a Mozart (porque no tiene tumba reconocida) y la “particular” de Arnold Schönberg





Además de los “famosos”, también están enterradas allí muchísimas familias casi al completo. Se podían hacer curiosas asociaciones con los apellidos de cada una, como por ejemplo… “Anda, ¿ese no es el de las sopas?”…



Después de descansar un poco debajo de los árboles y con el “agradable” sonido de los cuervos del cementerio (vaya mal rollo que daban), volvimos a coger el tranvía para regresar al centro y buscar un sitio para almorzar. A más de uno de los nuestros ir tanto de arriba para abajo le había incluso cambiado la cara…



En este punto debo hacer referencia a uno de los lugares comunes del viaje: Carolina quitándose una piedra del zapato. De hecho, si sumamos todo lo que ha salido de allí durante los cinco días, puede ser suficiente para construir un chalet de 100 metros. ¡Si hasta en el Konzerthaus llegó a decirme “no te lo vas a creer, pero se me ha metido una piedra en el zapato”!



Después de comer oooooooooooootra vez en el McDonald’s (¡yo no, que conste!) nos fuimos a descansar en el césped del Stadtpark, donde Elena se puso inmediatamente a meditar sobre el sentido de la vida y sus implicaciones filosóficas.



Y teniendo la semana santa tan cercana, a los de la habitación 129 no se les ocurrió otra cosa que sacar en procesión “a pulso” a nuestro guía espiritual del viaje, Alfonso. A pesar del espectáculo, curiosamente ningún austriaco se arrancó a cantarle una saeta ni nada (lo dicho, unos sosos).



Hasta aquí la primera parte de la jornada del domingo. La segunda (con todo lo relativo al viaje de vuelta) merece un tratamiento especial, así que le dedicaremos la próxima entrega.

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